En el libro de Chimamanda Ngozi Adichie nos encontramos con la narración de una familia acomodada de Nigeria, marcada por la figura paterna, con un carácter autoritario y religioso, que definirá la marcha de la trama y que nos es contada por la hija de la familia; narradora-protagonista que debería definir el tono y la visión que aporta a la historia.
El descubrimiento de un mundo más allá de las paredes de la casa familiar permite a la narradora tratar multitud de temas, quizás demasiados para esta novela y todos quedan como pequeños reflejos de una realidad que rodea y caracteriza el mundo en el que viven los personajes pero sin llegar a la profundidad que es necesario e interesante, difuminando también el tema central de la novela.
El lenguaje es sencillo, obligado por la edad del personaje de la hija, con unos diálogos inexistentes y muy pobres que aportan poca información. La estructura es acertada, comenzando in media res el relato, el primer capítulo marca la narración, lo que genera curiosidad por parte del lector para llegar a comprender tanto las causas como los efectos de lo que ocurre en ese primer capítulo.
Los personajes están faltos de profundidad, dificultando al lector la empatía hacía alguno de ellos, aunque las situaciones que viven podrían generar una mayor afinidad; salvo casos de extrema violencia, la cúspide del dramatismo, el resto son acciones que son meras enumeraciones. El único personaje que marca la historia es el padre por su actitud, por su violencia y porque llena todos los rincones de la narración; un personaje bien definido en sus acciones pero que no llego a ver redondo en su nacimiento, desarrollo y evolución.
Cuando llegamos al final de la novela descubrimos que no ha existido apenas evolución en los personajes y cuando existen cambios no se llega a comprender cómo han sucedido; quizás sustentado en el desconocimiento que el lector pueden aportar a las situaciones y a la sociedad en la que viven los diferentes sujetos. La narradora, no hay que olvidar que es un personaje protagonista, es una cámara que recopila la información, sin aportar nada, falta de profundidad y falta de reacción ante aquello que está viendo; poca información para llevarnos hasta ese final que cierra sin conocerla, sin comprenderla.
Es la primera novela de la autora, quizás de ahí la mayoría de los defectos que tiene la narración: multitud de temas, personajes no construidos del todo con falta de desarrollo y profundidad, diálogos vacíos, el final sin concretar —que no es lo mismo que un final abierto— y falto de verosimilitud. Como virtudes se puede observar la estructura, prestar atención a detalles autóctonos y escenas que marcan la violencia.
Es una novela suficiente, con una lectura rápida y sencilla, que nos deja con la miel en los labios por los temas que trata pero con un amargor final por no llegar a expresar todo aquello que podría haber sido narrado y sin ganas de leer otra novela suya sin que pase más tiempo; no rechazo su literatura pero tampoco deseo seguir leyendo más de su narrativa cuando termino la última página.
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